Nacer mujer significa en muchos lugares del mundo sufrir violencia física y/o sexual en algún momento de su vida. Este mal universal, como lo ha calificado la ONU, conoce distintos grados de horror en función del país de nacimiento, y un estudio de la fundación Thomson Reuters, elaborado en 2011 por 200 expertos de todo el mundo, ha establecido lo que podríamos denominar una clasificación de naciones por nivel de peligrosidad para las mujeres. A la cabeza se sitúa Afganistán, en donde el 87% de las mujeres son analfabetas, un porcentaje algo menor no puede elegir marido, tienen una elevada probabilidad de morir en el parto, y deben vestir burka. Le sigue la República Democrática del Congo, “capital mundial de las violaciones” según los expertos de la ONU, en donde algunas fuentes cifran las congoleñas violadas al día en 1.150. Pakistán, con sus crímenes de honor, matrimonios precoces, ataques con ácido a las que se muestran reacias a casarse, y sus lapidaciones, ocupa un deshonroso tercer puesto. A continuación se sitúa la India, una economía democrática y emergente, en donde el desarrollo económico no ha llevado aparejado una concienciación sobre los derechos humanos. Violaciones en grupo han saltado a los medios de comunicación en los últimos meses y han levantado un clamor popular, en algunos casos por el salvajismo o por la procedencia social de las víctimas, pero no son pocos los casos de hombres que asesinan a mujeres de su familia por disconformidad con la dote, o los abortos de fetos femeninos.
También destaca el informe los elevados niveles de violencia que soportan las mujeres en Indonesia, Sudáfrica, México, China, Rusia o Brasil. Una triste realidad compartida por muchas víctimas de una cruel violencia que permanece impune.
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